La alegoría de un sello de Correos ha sido el motivo que me ha inducido a escribir estas líneas. Cuando esta mañana he salido del estanco y he visto la referencia a las energías renovables en ese pequeño trocito de papel que acababa de adquirir, algunas ideas han pasado por mi mente. Tal vez fueran grandes batallas, personajes ilustres, o cualquier conmemoración histórica, los motivos que protagonizaban la filatelia española hace décadas, pero hoy no. La imagen era de progreso, de una sociedad concienciada con la necesaria apuesta por un desarrollo sostenible, ese sello reflejaba la España que mira al futuro, pero con los pies pisando ya el siglo XXI.
La industrialización española, al igual que la mayoría de los países desarrollados, se apoyo durante los dos últimos siglos en materias con un gran potencial energético para ese momento, y con una relativa accesibilidad, pero sin analizar en ningún momento lo que supondría su uso durante un largo periodo de tiempo. Ahora somos conscientes, cuando nos hemos convertido en esclavos de ese excesivo consumo energético y de sus consecuencias negativas para nuestro entorno. Y es en las últimas décadas cuando se ha puesto la mirada en nuevas formas de conseguir energía, planteando la necesidad de buscar fórmulas que no contaminen.
Al hilo de ello recuerdo la magnifica conferencia a la que asistí hace unos meses, por parte de Jesús Martínez, Doctor en Ciencias Físicas, en el marco de un Foro Progresista que se celebró en Andalucía. En su intervención no solo nos hizo un diagnostico de cual había sido la evolución y las proyecciones de cambio climático que padecería nuestro planeta, sino que se centró en las repercusiones para nuestra región. El calentamiento global provocaría la subida del nivel del mar haciendo desaparecer nuestra franja de litoral, llegando a inundar el Valle del Guadalquivir, y desertizando el resto de nuestro territorio. Las previsiones, de continuar a este ritmo, son de lo más pesimistas, pero es a lo que nos enfrentamos de no poner punto y final al crecimiento insostenible que hemos alcanzado.
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Y con su tono desenfadado nos trasladó a una Andalucía que desea perdurar como ese paraíso que reúne diversos climas, paisajes naturales, y donde multitud de especies animales y vegetales habitan. Una Andalucía que asombraría al mismísimo Don Quijote, quien seguro, en lugar de espanto, esbozaría una sonrisa al ver un ejército de gigantes campeando por nuestros campos. Si La Mancha fue testigo de las alucinaciones de Don Quijote, ahora es nuestra tierra uno de esos lugares en los que Don Quijote constataría la bondad del género humano.
Pensando en el legado que moralmente estamos obligados a dejar a las generaciones venideras -o en las consecuencias a muy corto plazo, para quienes viven en el egoísmo-, sentimos la necesidad de convertir en realidad ese escenario quijotesco en el que los molinos inundan el paisaje. Pero no contento con ello, Jesús Martínez también nos inspiro a plantar nuestra tierra con huertos, huertos solares. Y continuó mostrándonos unas costas en las que en lugar de volcar nuestra contaminación, extrajéramos la energía de las mareas. Una sociedad donde nuestra basura en lugar de perjudicar se convierte en biomasa, una nueva fuente de energía no contaminante.
Han sido todo un cúmulo de recuerdos los que se han echo presentes en mi mente cuando he visto ese trocito de papel haciendo referencia a las energías renovables. Y al levantar la mirada y mirar a mi entorno he sido consciente de la realidad que me rodea. Una realidad en la que cada vez más nuestra región apuesta por las energías renovables, situándose como un referente a nivel internacional, disminuyendo cada vez más nuestra dependencia energética de otras materias como el carbón o el petróleo. La Andalucía que mira al futuro es la que apuesta, y debe seguir apostando cada vez más por esa riqueza con la que ha sido obsequiada en forma de sol, viento, mareas...
Pero también tiene la obligación de presionar para que ese modelo sostenible se extienda, tanto hacia el exterior, a otras comunidades autónomas, y a otros países, como hacia el interior. No podemos mirar perplejos mientras los gobiernos de algunas de nuestras ciudades continúan adquiriendo vehículos contaminantes, apostando por el coche como medio de transporte, sin llevar a cabo planes de ahorro energético, sin aplicar la utilización de energías renovables, etc.
Ciudades como Granada ven cada mañana como una nube gris se forma sobre ella, una nube que los responsables locales ensimismados en sus despachos no ven, pero que desde las almenas de Sierra Nevada comprobamos como ensombrece nuestro futuro. Por ello quizás sea nuestra responsabilidad, la de las personas, provocar ese cambio de mentalidad en las mentes de quienes rigen el destino de nuestras ciudades.
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