Se acerca el fatídico 31 de agosto, y pese a que venga a nuestras cabezas la imagen de aquel maravilloso grupo de niños y niñas que junto a Chanquete cantaban aquello de no nos moverán, en nuestro caso no creo que vaya a ser así. Llegó el final del verano, y con él, el regreso a la ciudad, los exámenes, el madrugar, los atascos, las reuniones, las prisas… Se va un mes de agosto que me ha permitido, al igual que a millones de españoles, poder disfrutar de la ausencia de horarios y del descanso ante las obligaciones. Un mes que comenzó con ilusión y termina con esperanza.
La ilusión venía de la mano de los 29º Juegos Olímpicos en Pekín. Esta cita, que hemos visto clausurada hace unos días, ha sido alagada por parte de deportistas, medios de comunicación y autoridades por la espectacular puesta en escena llevada a cabo por el gigante asiático. Como reza su lema, citius, altius, fortius, los y las deportistas han batido record, han logrado medallas, y han protagonizado multitud de anécdotas. Esto ha sido lo que ha ocupado las más de cinco mil horas de emisión televisiva, pasando página a las que fueran noticia en los meses previos a la celebración –conflictos independentistas en regiones del oeste de China, protestas pro-tibetanas, censura y represión en el interior del país, etc.-.
De este modo el Gobierno chino no solo ha corrido un velo sino que ha levantado un muro que ocultara las vergüenzas, si algunos Estados u organismos internacionales confiaban en el espíritu olímpico para asentar los Derechos Humanos han visto sus expectativas frustradas. Incluso para el Partido Comunista Chino esta ha sido la oportunidad para demostrar a su ciudadanía que el funcionamiento actual del régimen es el mejor, como demuestran los resultados obtenidos.
A nivel internacional no solo el país asiático ha desviado la atención sobre sus continuas violaciones de los derechos civiles, sino que ha logrado que los miles de medios de comunicación destacados allí trasladen la imagen que desde el Gobierno se desea proyectar. En un mundo globalizado China ha sabido sacar partido a un evento como este para exponer su poderío. Ha demostrado la capacidad humana y el desarrollo organizativo que es capaz de desplegar.
Ha tenido cientos de horas de televisión y miles de fotografías para exponer al mundo entero que el gigante asiático no solo es el hogar de uno de cada cinco habitantes del planeta, sino que además se trata de un país que está preparado para afrontar el siglo XXI. China ha exportado una imagen de modernidad plasmada en la cobertura tecnológica, en una arquitectura soberbia, con unas celebraciones inolvidables, luchando contra la contaminación…
Creo que debemos felicitar a nuestros deportistas, a quienes consiguieron medallas y a quienes participaron representando a España con menos suerte, pero no creo que debamos olvidar nunca que detrás de todos estos fastos se esconden las vergüenzas de una de las mayores potencias mundiales. Confío en el espíritu del olimpismo pero creo que es ese mismo el que nos debería llevar a reflexionar sobre ello y hacer del deporte un arma que luchara por la libertad y la igualdad.
Como decía Jack Roggers, Presidente del Comité Olímpico Internacional durante el discurso de clausura, en clara referencia a georgianos y rusos, que al finalizar estos Juegos Olímpicos convivamos como lo hemos hecho durante estos días. Y ¿por qué no pedir que ese espíritu inunde también China durante los próximos años? Tal vez estos Juegos que pretendían servir de horizonte para la modernización política del gigante asiático, se hayan visto frustrados si se han convertido en los pilares sobre los que asentar la continuidad de un régimen comunista que no debemos permitir en el futuro.
Pero tras la desilusión que me provoca la continuidad del sistema político chino, me surge una esperanza, la que se sembró hace meses y estos días ha florecido. Barack Obama ha surgido esta semana en la Convención del Partido Demócrata como la esperanza del pueblo americano y de una mayoría mundial. Si despertaba simpatías por un discurso en el que la palabra cambio cobra un especial protagonismo, esta Convención le ha servido para levantar pasiones.
Obama es el depositario la confianza de una gran masa de población de raza negra que espera ver como se marca un hito con la elección del primer Presidente negro de los EEUU. También es el candidato en el que se vuelcan quienes hasta hace poco apoyaban a Hilary Clinton, porque ella se lo ha pedido. Pero la puesta en escena llevada a cabo durante estos días en la Convención ha significado además, el reflejo del sueño americano en Obama. La televisión se ha encargado de repetirlo, y es cierto, Obama se convierte cada día que pasa en el resurgir de dos espíritus, los de Luther King y John F. Kennedy. Porque el mensaje que traslada no es el del imperialismo ni el de la confrontación, sino el de un protagonismo internacional basado en el consenso. Esto es algo que le ha permitido ganarse simpatías a nivel internacional, especialmente en Europa, otro gigante que no deja de prestar atención a los movimientos del imperio norteamericano. Pero también gana apoyos a nivel interno con una mirada a las clases medias, o con un discurso en el que no se olvida de quienes confían en él para mejorar su situación. Como señalaba el propio Obama, es difícil para la gente comprender como el que llamamos el mejor país del mundo es a la vez uno de los que más recelos despierta en la población del planeta.
Obama ha destellado estos días como la esperanza de significar un giro en la política estadounidense, y lo ha escenificado de manera impresionante. Con hitos del pasado, como el acto final ante más de 80.000 personas, emulando a Kennedy; con la presencia de pesos pesados del Partido Demócrata como el ex-Presidente Clinton, el del senador Edward Ted Kennedy; o el de Hillary Clinton, su rival replegada ante él. Con momentos emotivos y calculados como las intervenciones de su esposa y de su madre, o la continua presencia de sus hijas. En definitiva en una cita perfectamente diseñada para mostrar al mundo al que puede ser el próximo Presidente de los EEUU.
La ilusión venía de la mano de los 29º Juegos Olímpicos en Pekín. Esta cita, que hemos visto clausurada hace unos días, ha sido alagada por parte de deportistas, medios de comunicación y autoridades por la espectacular puesta en escena llevada a cabo por el gigante asiático. Como reza su lema, citius, altius, fortius, los y las deportistas han batido record, han logrado medallas, y han protagonizado multitud de anécdotas. Esto ha sido lo que ha ocupado las más de cinco mil horas de emisión televisiva, pasando página a las que fueran noticia en los meses previos a la celebración –conflictos independentistas en regiones del oeste de China, protestas pro-tibetanas, censura y represión en el interior del país, etc.-.
De este modo el Gobierno chino no solo ha corrido un velo sino que ha levantado un muro que ocultara las vergüenzas, si algunos Estados u organismos internacionales confiaban en el espíritu olímpico para asentar los Derechos Humanos han visto sus expectativas frustradas. Incluso para el Partido Comunista Chino esta ha sido la oportunidad para demostrar a su ciudadanía que el funcionamiento actual del régimen es el mejor, como demuestran los resultados obtenidos.
A nivel internacional no solo el país asiático ha desviado la atención sobre sus continuas violaciones de los derechos civiles, sino que ha logrado que los miles de medios de comunicación destacados allí trasladen la imagen que desde el Gobierno se desea proyectar. En un mundo globalizado China ha sabido sacar partido a un evento como este para exponer su poderío. Ha demostrado la capacidad humana y el desarrollo organizativo que es capaz de desplegar.
Ha tenido cientos de horas de televisión y miles de fotografías para exponer al mundo entero que el gigante asiático no solo es el hogar de uno de cada cinco habitantes del planeta, sino que además se trata de un país que está preparado para afrontar el siglo XXI. China ha exportado una imagen de modernidad plasmada en la cobertura tecnológica, en una arquitectura soberbia, con unas celebraciones inolvidables, luchando contra la contaminación…
Creo que debemos felicitar a nuestros deportistas, a quienes consiguieron medallas y a quienes participaron representando a España con menos suerte, pero no creo que debamos olvidar nunca que detrás de todos estos fastos se esconden las vergüenzas de una de las mayores potencias mundiales. Confío en el espíritu del olimpismo pero creo que es ese mismo el que nos debería llevar a reflexionar sobre ello y hacer del deporte un arma que luchara por la libertad y la igualdad.
Como decía Jack Roggers, Presidente del Comité Olímpico Internacional durante el discurso de clausura, en clara referencia a georgianos y rusos, que al finalizar estos Juegos Olímpicos convivamos como lo hemos hecho durante estos días. Y ¿por qué no pedir que ese espíritu inunde también China durante los próximos años? Tal vez estos Juegos que pretendían servir de horizonte para la modernización política del gigante asiático, se hayan visto frustrados si se han convertido en los pilares sobre los que asentar la continuidad de un régimen comunista que no debemos permitir en el futuro.
Pero tras la desilusión que me provoca la continuidad del sistema político chino, me surge una esperanza, la que se sembró hace meses y estos días ha florecido. Barack Obama ha surgido esta semana en la Convención del Partido Demócrata como la esperanza del pueblo americano y de una mayoría mundial. Si despertaba simpatías por un discurso en el que la palabra cambio cobra un especial protagonismo, esta Convención le ha servido para levantar pasiones.
Obama es el depositario la confianza de una gran masa de población de raza negra que espera ver como se marca un hito con la elección del primer Presidente negro de los EEUU. También es el candidato en el que se vuelcan quienes hasta hace poco apoyaban a Hilary Clinton, porque ella se lo ha pedido. Pero la puesta en escena llevada a cabo durante estos días en la Convención ha significado además, el reflejo del sueño americano en Obama. La televisión se ha encargado de repetirlo, y es cierto, Obama se convierte cada día que pasa en el resurgir de dos espíritus, los de Luther King y John F. Kennedy. Porque el mensaje que traslada no es el del imperialismo ni el de la confrontación, sino el de un protagonismo internacional basado en el consenso. Esto es algo que le ha permitido ganarse simpatías a nivel internacional, especialmente en Europa, otro gigante que no deja de prestar atención a los movimientos del imperio norteamericano. Pero también gana apoyos a nivel interno con una mirada a las clases medias, o con un discurso en el que no se olvida de quienes confían en él para mejorar su situación. Como señalaba el propio Obama, es difícil para la gente comprender como el que llamamos el mejor país del mundo es a la vez uno de los que más recelos despierta en la población del planeta.
Obama ha destellado estos días como la esperanza de significar un giro en la política estadounidense, y lo ha escenificado de manera impresionante. Con hitos del pasado, como el acto final ante más de 80.000 personas, emulando a Kennedy; con la presencia de pesos pesados del Partido Demócrata como el ex-Presidente Clinton, el del senador Edward Ted Kennedy; o el de Hillary Clinton, su rival replegada ante él. Con momentos emotivos y calculados como las intervenciones de su esposa y de su madre, o la continua presencia de sus hijas. En definitiva en una cita perfectamente diseñada para mostrar al mundo al que puede ser el próximo Presidente de los EEUU.
2 comentarios:
Buena rentré, amigo Javier. Que ya se te echaba de menos.
¡Mucho cachondeo este verano!
Bienvenido al Tajo, colega.
Bienvenido a la vida real...
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