Uno de los grandes triunfadores de esta Eurocopa ha sido Cuatro, la cadena de televisión, al igual que hubiera hecho cualquier otro medio, mantenía una previsión que les permitiera amortizar la inversión realizada a la llegada de nuestra selección a cuartos de final. Pero los chicos de la roja han querido más, en parte por su calidad técnica, su resistencia juvenil, y la estrategia de todo un sabio, el de Hortaleza; pero también han querido más como el joven que tiene la posibilidad de conquistar a la chica de sus sueños, y para ello no escatima en esfuerzos, ni en ilusión. Pues en esta ocasión en lugar de un beso lo que hemos logrado ha sido acabar con toda una historia de decepciones, con la maldición de los cuartos, y hacerlo ganándole en la final a toda una institución futbolística, la selección alemana, el equipo que más veces ha ganado el trofeo continental, y que posee tres mundiales.

Y alguien se puede preguntar, ¿qué quedará de todo ello? Pues a Cuatro, unas cuotas de audiencia sin parangón en nuestra historia, lo que se traduce en unos segundos de publicidad a precios desorbitados. O el orgullo de haber hecho celebres dos expresiones, la primera es algo que toda España ha asumido, y es que Podemos. La segunda hace referencia a un enclave, o hizo referencia durante la mitad del torneo, porque nuestro encuentro contra Rusia fue momento para que se retirara de los comentarios. La Plaza Roja, dejo de serlo, al menos explícitamente en los comentarios, para volver a ser la tradicional Plaza de Colón.
Como podemos comprobar todo responde a estrategias de marketing. Si el Podemos crea la necesaria expectación y la sensación de oportunidad histórica, el color rojo es la señal de identidad que nos identifica como grupo. Pero por qué dejar de usar la definición de Roja para el principal enclave televisivo, quizás por las connotaciones políticas que llevan a crear rechazo en un sector de la población, porque no olvidemos que en una estrategia como esta no se excluye a nadie. Así se evita cualquier elemento de confrontación que nos pueda llevar a segregar públicos objetivos.

Porque en cualquier faceta de nuestra sociedad podemos encontrar diversos bandos, muchas veces incluso enfrentados, pero en el fútbol no. Desde hace décadas que el propio Estado se encargó de implementarlo, el fútbol se ha convertido en deporte rey. Durante todo el curso estamos más pendientes de los movimientos en la clasificación que de las decisiones políticas de nuestros Gobiernos, y los torneos de verano copan más expectación que las cumbres internacionales. ¿Acaso no recordaba la instantánea del estadio vienés al coliseo romano de hace dos milenios? Presidiendo las máximas autoridades, en las gradas gente de toda condición, y en la calle encontrábamos como continuaba el interés. Todo un ejemplo de circo romano adaptado a nuestros tiempos.
Como mayor muestra de este espectáculo internacional tenemos los grandes trofeos como son el Mundial, o la recién finalizada Eurocopa. Son eventos a los que ninguna otra noticia les hace sombra, y que a diferencia de otras competiciones, no crean divisiones internas entre la población de los Estados. ¿Quién no iba con la roja en España? Paradójico, pero el fútbol es toda una droga que narcotiza hasta puntos impensables.
A modo de ejemplo, una imagen grabada en mi retina, en la noche de ayer. En la Fuente de las Batallas, enclave de celebración de las victorias deportivas en Granada, se daban cita miles de personas, especialmente jóvenes. Pues siento no haber tenido la cámara que retratara el instante, pero imaginad cual sería mi perplejidad al ver codo con codo, celebrando la misma gesta, a una persona que hondeaba una bandera tricolor, símbolo de un momento de esplendor de la democracia en España, junto a otra persona en cuyas manos portaba una bandera roja y gualda con un aguilucho en el centro, que representa algunos de los peores momentos de nuestra historia. Increíble como el sentimiento de ser miembros de una misma realidad les llevaba a olvidar diferencias tan importantes como son la defensa de diferentes modelos de Estado, el de la Segunda República, o el de la Dictadura Franquista.
Y al hilo de ello, quiero compartir una reflexión, la preocupación por la aparición de banderas, camisetas, y demás ostentaciones del franquismo cuando se realizan grandes concentraciones. Me surge un desvelo al ver como una serie de individuos precisan del anonimato que les otorga la masa para enorgullecerse de su ideología, y más aún al ver como, y no solo en Granada, son esos grupos los que realizan actos vandálicos cuya responsabilidad social recae entre toda la juventud, que es la principal protagonista de estas celebraciones.